El viento, en vez de aullar al enredar sus cabellos en las ramas, les susurraba algo urgente y sigiloso como una consigna, y las ramas se abrían asombradas dejándole paso. Las ovejas, acarradas en el redil, se apretujaban inquietas, con un temblor que por primera vez no era de miedo. Y hasta la misma nieve sentía un entrañable escozor que le venía de muy adentro y que trasmanaba de ella como un caliente vaho animal. Era como si la noche entera, conteniendo la respiración, se hubiera puesto a pensar intensamente para que la nueva madrugada tuviera una nueva idea.
Alejandro Casona
2 comentarios:
No he leído nada de él.
Ahora me apetece.
Saludos.
Tú verás, Toro, tú verás. Hay cosas que es mejor no saber.
Salud
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