
Estoy hablando, claro, de la época anterior a la Comuna, en la que el sentido del ridículo connatural a Francia aún no se había extinguido por completo. Muchas personas mantenían la compostura y ni el parloteo incontinente ni tampoco el furor sectario constituían recomendaciones infalibles. Se dormía, qué duda cabe, y se tenían sueños, pero cada cual en su lecho y sin pretender que sus sueños prevaleciesen. Todo eso ocurrió hace tanto, lo vuelvo a repetir, que la generación presente nunca lo ha oído y no puede por tanto entenderlo.
Hoy, tras el fracaso de tantas experiencias necias y criminales y la imposibilidad irrebatible de aguardar un punto de equilibrio, se ha formado una especie de callo de insensibilidad en unos y de estupidez en otros. Tras las primeras convulsiones del horror y la fatal resignación ante los más gravosos sacrificios, la voluntad se ha enervado. Se acepta un futuro incierto. Completamente ciegos, se cierran los ojos por clarividencia, por conocimiento. Se afirma que el mal, por enorme que sea, tendrá un fin que nadie precisa. Se aguarda una paz cualquiera, resignados de antemano a las humillaciones más temibles.
Y sin embargo se espera la llegada de Alguien, Alguien nunca visto cuyos pasos me parece oír en el fondo del abismo. La divina Francia, el Reino de María no puede perecer, es menester que Él venga. Cuando al fin Él se presente, cuando Él llame a la puerta de los corazones con la divina Espada a guisa de aldaba, el despertar de los ciegos será prodigioso.
León Bloy
"En Tinieblas"
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